jueves, 15 de marzo de 2012

Función del poeta en la sociedad y función de su poesía

Debo excusarme, al comenzar la historia del acontecer personal que se halla tras los versos de La Realidad y el Deseo, por tener que referir, juntamente con las experiencias del poeta que creó aquellos, algunos hechos en la vida del hombre que sufriera éstas. (1994, 625)

Así comienza “Historial de un libro”.A lo largo de estas páginas asistimos -con brevedad- a su infancia, a su amistad con algunos miembros de su generación, a sus primeros viajes por el extranjero, a su vida durante la Guerra Civil y por último a su ya permanente exilio, vivido en Inglaterra, Estados Unidos y Méjico. Cernuda, que evita con mucho celo dar datos concretos de su intimidad, sí que ofrece al lector pinceladas sobre algunos de sus afectos y, sobre todo, una cierta descripción de la que él cree que ha sido la progresión de su personalidad a lo largo de los sesenta años de vida. Dicha progresión va muy unida a su percepción de lo que debe ser la poesía y, por tanto, a los poemarios que va publicando.

Al hablar de Égloga, elegía, oda, su segundo libro, lo que Cernuda expresa es que ya en su juventud intuía cuál era su cometido como poeta, aunque no dominase los medios para llevarlo a cabo. Ese cometido es plasmar en la escritura lo que ama, para que otros puedan amarlo también.

 La belleza lo sorprende, lo aturde, y él necesita explicarla, sacarla fuera de sí, para no sentir tal carga y para que otros, a su vez, la puedan apreciar. Pero esa labor requiere un entrenamiento paulatino y sutil, muy difícil de llevar a cabo: el avance progresivo en su técnica literaria y en su propio concepto de poesía.

Cernuda elude con “Historial de un libro” toda elevación academicista de su literatura y se ofrece al lector a través de sus libros, íntegro en poesía y persona.


 La función social del poeta va más allá del hábito de escribir y hacerlo con el conocimiento de técnicas y recursos literarios, sintácticos y gramaticales; su función se relaciona con la capacidad que él tiene para observar (captar) y analizar (cuestionando, incluso) su entorno, a fin de sintetizar su análisis en la expresión poética, cuyo resultado es el poema.

Por su función social, el poeta se parece al filósofo, aunque se expresa de manera diferente. Ambos, poeta y filósofo, poseen las bases, las herramientas, el carácter y el oficio para obtener conocimientos, procesarlos y compartirlos con quien sabe acercárseles. La diferencia está en que el filósofo es teórico y se expande en su expresión (argumenta), mientras que el poeta es práctico y sintético, condensa su expresión en imágenes con las que sensibiliza o a su lector o auditorio y, a la vez, enseña apercibir y a aprehender la sabiduría (esencia de lo cotidiano).
El poeta enseña a no “quedarnos insensibles ante lo que nos parece obvio”.
Son, pues, los poetas, sabios hacedores o creadores de mundos que, si bien imaginarios, parten del análisis y síntesis de la realidad diaria en la que cada lector es sorprendido, en su ingenuidad (virginal estado de los aprendices del universo), con la refulgente y certera voz de los poetas, quienes esgrimen sus palabras como espadas desenvainadas desde la capacidad de invención para liberar emociones, las de los autores, que por empatía terminan por hacer suyas los espectadores.

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